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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 18/10/2015

ALFARABI: GOBERNAR EL CUERPO, GOBERNAR LA CIUDAD Averroes y Maimónides consideraron a Alfarabi, filósofo del siglo X, el Segundo Maestro, lo que no era poco si tomamos en cuenta que el primer lugar lo ocupaba Aristóteles, a quien el propio Alfarabi introdujo en el mundo árabe. Entre sus tratados filosóficos, que fueron prolijos y abarcaron diversas áreas del saber (entre ellas la música, las ciencias, la religión), destaca su pensamiento político, en especial su obra La ciudad ideal, que mucho tiempo sirvió de manual para los gobernantes de la época e influyó en el desarrollo de la teoría política de entonces, en especial aquella que servía de puente entre Oriente y Occidente. En La ciudad ideal, Alfarabi se deleitó basando su pensamiento político en un estudio comparativo entre lo que era el cuerpo (incluso el alma) y la ciudad. En uno de sus apartados explicaba cómo el cuerpo, para llegar a ser feliz y virtuoso, tenía que conseguir que todas sus partes (manos, brazos, pies, piernas, cabeza, corazón, espalda) trabajaran de forma unida y armoniosa, ninguna de sus partes podía hacer lo que quisiera sin convenir con las otras, pues de esta manera ninguna llegaría a ningún lado. Lo mismo consideraba de la ciudad (a la que se refería como “ciudad virtuosa”). Para llegar a ser virtuosa, la ciudad tenía que poner a trabajar en una misma dirección a todas sus partes: gobernantes, gobernados, instituciones, relaciones exteriores, etcétera. Tanto el cuerpo como la ciudad, consideraba Alfarabi, tenían partes que eran mejores que otras, o incluso cumplían funciones más importantes que otras (como el corazón lo hace con respecto al dedo meñique, o el presidente de una República con respecto a un humilde campesino), pero aun así Alfarabi no creía que ningún miembro de la comunidad fuera prescindible. Todos las partes tienen el mismo valor entre sí y esto es lo que hace a una ciudad virtuosa, como hace a un cuerpo armonioso el trabajo unido de sus miembros. Por eso, Alfarabi concluía en sus reflexiones que había que aprender desde temprana a edad a educar y perfeccionar cuerpo y alma, haciendo que cada una de sus partes asistiera a la otra para llegar a la felicidad, para de esta manera poder también llegar a crear (con la unión de todos los cuerpos y almas existentes en la comunidad) una ciudad virtuosa, la ciudad virtuosa de Alfarabi, que tan bien describe en La ciudad ideal.

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