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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 04/09/2015

LA INQUISICIÓN EN LA NUEVA ESPAÑA

La semana pasada anduve por la ciudad de México, luego de mis asuntos oficiales y después de comer como siempre me di tiempo para caminar y recorrer aquellos lugares del corazón político, económico y cultural de nuestro México. Andando por el centro me vi frente a la esquina que hace el edificio de la Inquisición, un lugar que revela un pasaje oscuro de aquella sociedad predecesora del actual México, la de la Nueva España (1535-1821), y el del funcionamiento acá de la llamada “Inquisición”. Lugar que abriga mil leyendas pero del que poco realmente sabemos, para empezar el llamado Tribunal del Santo Oficio se estableció en Nueva España en 1571 y no operaba contra indígenas, ellos no fueron juzgados en él, la prohibición la decretó Felipe II, ordenando que ninguno fuera sujeto a proceso, dada su reciente evangelización. Si cometían faltas, como castigo servían en alguna iglesia, “familia creyente” o se les daban azotes, a diferencia de los españoles de España, los criollos y mestizos, todos españoles aunque nacidos en este Continente, así como a las castas, quienes sí eran enjuiciados.

Los delitos considerados por la Inquisición eran en mucho subjetivos (sin fundamento y muchas veces carentes de pruebas), sostenidos en anónimos dichos o señalamientos como la herejía, idolatría, “solicitación” (aplicable solo a curas por haber pedido actos deshonestos durante confesión), magia y hechicería, bigamia y blasfemia, entre otros. Los más penados y, por tanto, más temidos eran los castigos por herejía e idolatría. La pena menor era la vergüenza pública. A los culpables para su arrepentimiento se les hacía portar el sambenito (una especie de saco, amarillo o rojo, que cubría al acusado por el frente o por detrás). Había tres tipos, según la sentencia: la “Samarra”, con dragones pintados, diablos, fuego y al acusado “ardiendo” en ellos, para los destinados a la hoguera -máxima pena-; el “Fuego revolto”, para arrepentidos, con las “llamas” pintadas en sentido inverso; y “Sambenito”, el más común, con cruces, rosarios y velas.

Durante los trescientos años del Virreinato existe el registro de 300 personas juzgadas y de ellas, 43 condenadas que murieron a garrote, por asfixia; o, en la hoguera, entre los más célebres del siglo XVI, la familia Carvajal (parientes del terrateniente cofundador del vasto Nuevo Reino de León, Luis de Carvajal y de la Cueva), todos, hasta nueras y yernos por sus “ideas y prácticas judaizantes”. En el siglo XVI, fueron 17; en el siglo XVII, 25 condenados y una persona en el siglo XVIII. El siglo XIX quedó exento pues la Institución se suprimió en 1820. Cabe aclarar que ni el llamado Tribunal ni mucho menos la grey católica o sus ministros llevaban a cabo las ejecuciones de sentencias (la Iglesia católica no podía cometer asesinatos ni puede mancharse de sangre), por lo que la autoridad civil, usualmente obediente, se encargaba del “trabajo sucio”. El Santo Oficio tenía informantes, denominados “familiares”. Cargo que era un gran honor y cualquiera podía ocuparlo, aunque se tenía que comprobar la “limpieza de sangre”.

La “familia” era anónima y se infiltraba para identificar infractores e indiciarlos. No era todo, también había otro tipo de crímenes que la Santa Inquisición católica tenía proscritos y a cuyos terribles e imperdonables infractores ¡Ay! De aquel o aquella que se atreviera a adquirir, conservar o peor, leer textos de una lista encabezada por clásicos universales como Cervantes, Voltaire, Diderot, Rousseau e incluso hasta el Antiguo Testamento, según, por sus pasajes de sodomía, incesto, adulterio, poligamia, zoofilia o asesinato. Quienes caían en la “tentación” de leer algo de ese penado índice creado en 1559 con tres categorías: los prohibidos absolutamente “aún para quienes tenían licencia de leer libros prohibidos”; los prohibidos in totum (todo el libro) y, finalmente, los expurgados, o aquellos de los que se censuraban palabras o párrafos mediante tachones o pegándoles hojas sobre páginas censuradas.

El Tribunal del Santo Oficio se abolió el 31 de mayo de 1820, con efecto hasta el 10 de junio. Ese día se liberaron 39 presos, muchos ya sin familia ni lugar a donde ir, algunos fueron apoyados por el virrey Apodaca. El día de su formal erradicación la gente no festejó ese fin, al contrario, se lamentaron porque nadie protegería a la religión católica de blasfemos e impíos. Se intentó crear una Inquisición a la mexicana, lo que no se concretó. El edificio sede de la Inquisición sobrevive, está en la ciudad de México, frente a la Plaza Santo Domingo, a unas cuadras al norte del Zócalo, mismo que construido en el siglo XVI se aprecia reconstruido con estilo barroco en 1736. Al suprimírsele, después de varios usos, fue destinado a la Escuela de Medicina y actualmente es Museo, el de la Medicina Mexicana, y también alberga al Departamento de Historia y Filosofía de la

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