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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 23/05/2015

UN VIAJE DESDE LA NOSTALGIA

Eran las 6 de la mañana cuando abordamos el tren en la estación de Guadalajara, en ese enorme edificio de dos plantas rematado por un frontón en su segundo nivel en el que sobresalía el almohadillado de sus muros, así como su contraste y vanos remarcados; edificio construido en 1898 al final de la antigua calle de San Francisco, según cuya edificación original fue demolida y sustituida por otra, ésta, la modernista que aún sobrevive y que me tocó conocer, en los años cuarentas del siglo pasado. Ahí, corriendo con el frio intenso de octubre caminábamos de la mano con mi abuela, como extraviados en los amplios e interminables andadores, hasta llegar al gigante encabezado por aquella imponente maquina roja que impasible parecía esperar a los cientos que entre vendedores de todo nos hacíamos paso para subir y buscar nuestro lugar en el Pullman.

Ya llevábamos un buen rato avanzando en aquel amanecer de olores mezclados y vistas que parpadeaban el horizonte amarillo de trigales y montañas desvanecidas en el azul lejano hasta que llegamos a la estación Santa Ana de Santa Ana Acatlán (de Juárez), una edificación que aparecía de pronto como surgida de los cañaverales. Un edificio tan grande como el de su similar en Zapotlán, con el mismo número de módulos, variando quizá, solo unos centímetros de la de Zapotlán, lo que nos habla del movimiento que por aquellos tiempos, principios de los años setenta, tenía esa población jalisciense ahora marginada del desarrollo y como detenida en el tiempo.

Recuerdo que desde el andén principal se veía una gran bodega y al frente la oficina del jefe de la estación, que se presumía también amplia, con una taquilla hecha a todo lujo, con un plafón de duela de madera. Todo se podía apreciar entre vendedores que ofrecían canela, café, tamales, atole, birria calientita, tacos sudados, agua fresca de fruta, guamúchiles y todo cuanto uno podía imaginar y comprar desde la ventanilla y el corredor del tren.

La de Tlajomulco (de Zúñiga), en bajos de la zona serrana, era o es la otra estación más pequeña de la ruta, pero sin encanto. Su estado era bueno, con finos acabados de madera y molduras niqueladas, con todo funcionando muy bien, no obstante el poco tiempo que se dispuso ahí tuvimos que bajar, mi abuelita tuvo necesidades propias de las mujeres y entró al baño, tiempo que los chiquillos, mi hermano mayor y yo, aprovechamos para hacer lo propio en unas letrinas que se veían limpias y en muy buen estado, raro en un lugar de uso público y de tanto movimiento por lo menos dos veces por día.

Ya en nuestros lugares, con el sol empezando a calentar y a quitarnos lo tullido, llegamos a la de Zacoalco (de Torres), edificación que se ubica al oriente del pueblo, una estación parecida a las otras de la misma ruta. En esta estación, en la base de la columna se descubre la técnica de los constructores para anclar las columnas de madera sobre dados de concreto, para lo cual se utilizaba un tornillo que perforaba en su centro la base de la columna para quedar perfectamente anclada.

Ya con menos, pero aún con frío llegamos, según gritó como en todas las estaciones al llegar y al irnos el Oficial boletero y le secundó el Garrotero, a Zapotiltic, lugar donde bajó mucha gente, la mayoría con grandes bolsas y costales, con cajas de madera y de cartón, con mercancía. En Zapotiltic como en Huescalapa (poblados vecinos), la explotación y el comercio de cal, con sus males por la contaminación, fue factor importante para su desarrollo. De esa estación recuerdo que era una réplica de la de Tuxpán, pero en este caso, el material de sus muros había sido trabajado en adobe y ladrillo, su cubierta que en algún momento fue terminada en zinc, acabó siendo sustituida por lámina de asbesto. Finalmente llegamos a Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán).

Aquí cabe recordar, en apego a las crónicas, que desde 1896 la crecida población de Zapotlán empezaba a albergar esperanzas para que la compañía central uniera sus líneas con un pueblo como aquel deseoso de modernizarse, de comercializar con otros lugares. Entre otros productores, a la gente de Zapotlán le interesaba vender su alta producción de ganado, el azúcar que se producía en las haciendas cercanas de La Purísima en Tecalitlán, San Marcos, Santa Cruz, Contla y San Vicente, igual que el fierro que se extraía de Pihuamo y de las haciendas de la providencia o de Monte Cristo. Continuará…

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