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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 28/11/2014

LA CAJA CHINA

Antes había oído hablar de algo así, pero me quedó claro y me enmudeció su aplicación ahora que fui a ver La Dictadura perfecta, último largometraje de Luis Estrada, el mismo director que nos sorprendió y prácticamente apuntaló el relevo partidista en la silla presidencial con La Ley de Herodes y que luego nos aterrorizó con el realismo oprobioso del narcoestado y la corrupción de El Infierno, ambas ficciones, junto con ésta última, retratos caricaturizados del sistema político mexicano y sus intrincadas relaciones de poder entre los franquicitarios legales, o sea los poderes constitucionales y los de facto, llámese Clero católico, el Narco, algunos sindicatos, las televisoras de Azcárraga y Salinas, Slim, las transnacionales y el gobierno norteamericano con sus filiales internacionales.

La Caja China, tiene varias connotaciones, desde la figura literaria hasta el objeto en sí, como se quiera ver; para el caso de la literatura es un método que se define así por la similitud con las cajitas chinas, en las cuales la más grande contiene a una caja más pequeña y ésta a su vez otra más pequeña y así sucesivamente. De esa manera es posible encontrar un personaje que narra lo que sucede a otro, que a su vez narra algo de otro, intercambiándoles lugares y sucesos en el tiempo, mezclando presente con pasado y futuro. Fue precisamente Vargas Llosa (autor también del dicho: “México, es la dictadura perfecta”, retomado como título esta película) quien llamó “caja china” a este recurso literario usado por él, como por otros, tal es el caso de Carlos Fuentes en “La Muerte de Artemio Cruz”.

En la interpretación que se retoma en la trama de La Dictadura perfecta, donde encontramos que tras un error político de alcances internacionales cometido por el “presidente de la república” la televisora “TV MX” (la más grande de México) desvía la atención de la gente a solicitud directa del gobierno federal revelando en horario estelar un video que involucra a un Gobernador “X” con el crimen y cómo, después, el propio gobernador negocia con la misma televisora para una campaña con la que se cambie su imagen pública y, así, convertirlo en una estrella de la política mexicana con posibilidades para aspirar a la misma presidencia.

Luis Estrada nuevamente utiliza el cine para hablar por vez primera de un tema, que si bien es un secreto a voces, nunca había sido mencionado de manera tan abierta y directa como es la manipulación masiva que ejercen los medios de comunicación en connivencia con el gobierno y cómo la televisión mexicana, durante las últimas tres décadas, ha sido el instrumento idóneo para favorecer o desprestigiar a la clase política, mantener el poder y a costa de lo que sea cuidar sus intereses. Esta vez la narrativa de Estrada es diferente aunque salpicada de pasajes chuscos, en los que nos va contando los aspectos estructurales de la historia “por capítulos” de un “noticiero”, utilizando los momentos fuera de éste para el desarrollo los personajes y la narración secundaria; el ritmo en principio es bueno aunque conforme avanza se satura de elementos innecesarios, a los que si bien tienen un final, la pieza pierde ritmo, incluso se hace monótona.

Esta vez y no obstante las buenas actuaciones, los personajes no logran conectar como lo había hecho Estrada en sus anteriores películas, quizá porque la película habla de políticos y altos ejecutivos, individuos abstractos que en la vida real son poco aceptados, en “La Dictadura Perfecta” nunca encontraremos al anti héroe como “El Cochiloco” ni al claro antagonista como “Juan Vargas” debido a que los personajes son “buenos y malos” de acuerdo a la situación, con un Presidente gris que solo causa risa cuando aparece, una crítica al vacío del poder presidencial.

Con una fotografía descuidada, el manejo visual es pobre, los principales momentos son a través del “noticiero”, lo cual favorece la historia y el mensaje que se quiere mandar, pero los encuadres e imágenes fuera del “noticiero” no atinan, no conectan con “espectadores” muy montados; en cuanto al tono del drama, se deja de lado la comedia y la sátira usual en este director por un enfoque más “serio” y ¿Realista? Sin embargo la película tiene momentos de humor negro, la sensación de seriedad puede radicar en que la realidad supera la ficción y nada nos sorprende, solo confirmamos los supuestos de un sistema político decadente.

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