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CONCIERTO POLÍTICO

BIBIANO MORENO MONTES DE OCA | Opinión | 30/10/2014

LA TETRALOGIA ESTRADA. En sus inicios quisieron presentarlo como el Ridley Scott mexicano, según eso por el manejo de la misma estética visual de algunas de las cintas del director inglés (Alien y Blade runner) en su opera prima titulada Camino largo a Tijuana. Lo cierto es que lo calzaron con unos zapatos que le quedaban bastante grandes. No fue sino con La ley de Herodes cuando Luis Estrada encontró su propio camino, al incursionar en la sátira política.

A La muy celebrada La ley de Herodes, que exhibe al PRI autoritario de mediados del siglo XX, siguió El país de las maravillas, una mediana sátira sobre el estilo de gobernar de los panistas de tiempos de Vicente Fox, para culminar con El infierno, una demoledora crítica al gobierno del presidente Felipe Calderón. Hasta ese momento, pues, la trilogía de Luis Estrada había funcionado con eficacia.

La más reciente cinta del director mexicano, La dictadura perfecta, resulta ser la más hipócrita y cínica de todas. Por supuesto, la anterior afirmación no es por el virulento ataque que se hace de los dos primeros años del regreso del PRI al poder, con Enrique Peña Nieto a la cabeza, sino por la simpleza con la que se manejó una historia que está basada en hechos reales, si bien sus productores se pretenden hacer los graciosos con su advertencia al arranque del filme.

No cabe ninguna duda que la realidad siempre va a superar a la ficción. El caso de La dictadura perfecta, que conforma la tetralogía de Luis Estrada, lo confirma: ataca de manera despiadada al gobierno de Peña Nieto, pero adjudicándole sucesos que corresponden a otros presidentes y a circunstancias completamente diferentes. Lo peor de todo: recurre a los recursos públicos para su producción, además de emplear a un buen número de actores de Televisa, la empresa a la que critica con especial fe.

En Estados Unidos, cabe mencionar, el gobierno no mete las manos en la producción del cine, pues los poderosos estudios de Hollywood se bastan y sobran para hacer lo que se les pegue la gana. Por eso, al no tener control sobre ellos ninguna autoridad, se han producido películas que atacan durísimo al presidente en turno, llámese Kennedy, Nixon, Carter, Clinton, Bush (padre e hijo) u Obama.

Algo parecido se esperaría en México, pero la realidad es otra: para hacer cine hay que recurrir al Estado. Los productores de La dictadura perfecta lo hicieron: de ahí que resulte cínico e hipócrita que se ataque a ese mismo Estado con recursos públicos; más aún, que para ello se haya echado mano de actores que mayoritariamente se han formado en Televisa, el odiado corporativo al que se exhibe como lo que es: corrupto, manipulador, banal; en fin, nada que no sea del dominio público.

A este respecto, cabe señalar que varios de los actores que no forman parte de las querencias del director (como Damián Alcázar y algunos desconocidos), casi todos ellos salidos de la TV, sobresalen por méritos propios. De hecho, el actor Tony Dalton (conocido por sus series de televisión y por películas independientes), aunque no muy grande su tiempo en pantalla, se roba la película.

En El infierno, por ejemplo, Joaquín Cosío es el que se roba el filme, dejando en segundo plano al actor fetiche de Luis Estrada (Damián Alcázar), que básicamente lo único que hace es repetirse en su papel, entre pendejo, gandaya, soez, corrupto y brutal, según las circunstancias. Otros, en cambio, son impecables a la hora de la actuación. El soberbio, manipulador y cínico jerarca de la empresa que simula ser Televisa (Tony Dalton), le da lecciones de actuación hasta al más pintado, a pesar de haber surgido de la TV.

La película hubiera sido mucho más digna si se hubiera producido de manera independiente. Pero si los productores ya estaban en su papel de atacar a su propio benefactor, lo menos que podría esperarse de ellos era una historia original. ¿Qué ocurrió? Pues que se acudió al expediente fácil de caricaturizar la realidad, pero sin ningún rasgo de creatividad. El guión se escribió solo, pero plagado de trampas para regodearse en el escarnio.

La crítica con la que exhiben al inicio a Peña Nieto (eficientemente interpretado por Sergio Mayer) no fue de su autoría, sino de Vicente Fox, al que se atacó en su momento, pero no en las redes sociales, que en ese tiempo ni existían. La que sí es suya es esa desafortunada frase de que “no soy la señora de la casa”, que en la cinta es causa del despido del conductor de la Televisa de ficción (por haberse burlado del presidente al aire), lo que en la vida real no ha ocurrido.

El seguimiento al ficticio gobernador Carmelo Vargas es la historia del propio Peña Nieto como titular del Ejecutivo en el Estado de México, pero caricaturizado al máximo, incluido el matrimonio con una hermosa actricita de telenovelas, concluyendo con la llegada de

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