EN PERSPECTIVA

GERARDO PALAFOX | Opinión | 27/02/2013

La apariencia, un mal necesario

Pocas personas miran lo que en realidad somos y en contra posición a ello, la mayoría ve lo que aparentamos ser. En nuestro país somos más de 100 millones de ciudadanos, ¿Cuantos millones más contaríamos si por cada ser humano contáramos las distintas caras que nos encubren el alma y que usamos constantemente?

Mentiras que se ciñen como guantes de latex a nuestras manos, falacias que formulamos día con día y luego nos creemos como un segmento más de nuestra vida y que hacen nuestra vida llevadera.

En la convivencia diaria nos convertimos en el mejor juez de nuestros semejantes, valoramos a conveniencia las escenas contradictorias de la vida, suponemos lo que no es e interpretamos y justificamos a conveniencia algunas acciones de la sociedad; criticamos lo que consideramos inapropiado y realizamos juicios anticipados.

Una Falacia es un argumento que por su estructura parece ser cierto, pero no lo es, pretende convencer por el orden de sus ideas y la forma en que es planteada, pero sus premisas estructurales llegan a una conclusión falsa, son maquilladas con una pincelada de mentira.

No importa de que rubro estemos tratando, con el tiempo es más fácil vivir la verdad aunque nos cueste, que seguir aparentando lo que no somos. Si simulamos ser un país grande, sí lo somos, pero no solo en extensión, si aparentamos ser congruentes, los años nos hacen casi siempre cambiar de opinión y con los mismos años los errores cometidos siempre salen a colación.

Lo cierto es que para llegar a ser hay que dejar de aparentar lo que no se es, aceptarnos como somos con nuestras fortalezas y debilidades, siempre hay que empezar por creer, creer en nosotros, creer que todo lo podemos lograr, confiar en lo que somos con nuestras limitaciones de condición humana y hablar siempre con la verdad. No hay para que simular lo que no somos, si no más bien, ser simplemente nosotros mismos. Eso sería ir un paso adelante en nuestra carrera hacia la libertad. Es preciso reconocer que no hay límite más grande que nuestros propios pensamientos.