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PARANORMAL

NANCY GONZÁLEZ FLORES | Opinión | 27/09/2012

El misterio de la casa embrujada

“No hay castillo entre nosotros que no tenga su fantasma, ni casa de pobre donde no se aparezcan extraños espectros”. La dama pálida de Alexandre Dumas.

“Esto ocurrió hace mucho tiempo en una antigua casa que rentaba junto con otros compañeros en mi época universitaria. Todo sucedió particularmente durante una noche al quedarme solo, cuando todos mis compañeros coincidieron en pasarla fuera hasta el amanecer. “Una vez que todos se marcharon me derribé esparcidamente en el sofá de la sala, tomé el libro de la mesita de centro, y leí sin interrupción alguna hasta finalizar. Sentí cansancio en los ojos pero antes de cerrarlos visualicé el antiguo reloj de péndulo de agraciados cortes de madera, mismo que emitía campanadas graves y firmes para anunciar cada hora transcúrrete”.

“Con la mirada casi vencida recorrí panorámicamente la sofisticada decoración, que irradiaba toques sombríos por las sutiles y opacas luces color ámbar que provenían de las pequeñas lámparas (de mesa) estilo clásico color chocolate, perfectamente colocadas de manera estratégica alrededor de la misma sala”.

“Escuché lejanamente las últimas doce campanadas antes de perder la lucidez, el ineludible sueño terminó dejándome somníferamente inconsciente. De pronto sentí un ligero tirón en el pantalón, exactamente en la pierna derecha que tenía colgante, cuando nuevamente sentí un segundo tirón pero esta vez provenía de la pierna opuesta”.

“Antes de sentir miedo alguno, recordé el libro que acababa de leer y que seguramente había colocado sobre mi rodilla antes de quedarme dormido. El sentido común terminó en el momento que en lugar de deslizarse cuesta abajo (por su mismo peso), comenzaba a subir evadiendo toda teoría establecida por la física. Comencé a impacientarme por querer saber de lo que se trataba pero a la vez me resistía en descubrirlo no abriendo los ojos”.

“Por impulso de protección, me llevé las manos al pecho descubriendo la verdadera posición del desdichado libro. Transcurrieron segundos eternos desde ese instante ya que pasaron miles de cosas por mi mente, una de ellas fueron las advertencias que una vez me hiciera mí compañero de cuarto, acerca de las creaturas de ambulantes que recorrían con mucha frecuencia y naturalidad cada espacio de la casa”.

“En ese momento algo comenzó a caminarme sobre el abdomen, otro en el muslo y dos más en la pierna izquierda. Con el mínimo valor, me armé de fuerza para ver lo inconcebible. Se trataban de cuatro figurillas de bebés en porcelana (muy flexibles) con un aproximado de 15 centímetros de diámetro, de pequeños ojitos rasgados, los cuales se deslizaban gateando lenta y aderídamente por mi cuerpo”. “Quedé petrificado de la impresión.

Nunca antes había sentido la quijada tan pesada y la lengua entumecida, impidiendo emitir sonido alguno por más que lo intentara.

“Cuando milagrosamente escuché unos chasquidos de llaves que provenían del cancel que daba al pórtico, mi corazón se alegró vigorosamente y comencé aclamar a los cielos para que entrara quien fuere y acudiera a mi auxilio.

“Entonces sentí el tacto de una mano que me meció del brazo. Tratándose de uno de los chicos con quien compartía alquiler que afortunadamente había regresado a dormir a casa, descubriéndome totalmente transparente y sudoroso del pánico experimentado, que por cierto siempre recordaré durante cada sobresalto nocturno de mí existencia”.

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