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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 26/11/2023

MATEO 25, 31-46

POR: Pbro. Juan José González Sánchez

Es un gran acierto terminar el ciclo litúrgico del año celebrando la solemnidad de Cristo Rey. Es un título que le ha dado la Iglesia, que Jesús se merece y que los cristianos resaltamos con sano orgullo. Pero, como casi todo en Jesús es diferente y chocante, lo cierto es que no vivió como un rey... sino como un servidor; su opción no fue el poder, sino la humildad y el desprendimiento; su trono fue una cruz, y su corona, una de espinas. Desde ahí atrae. Así sobresale su testimonio.

En efecto, Jesús se desmarca de los señoríos y reinados humanos. Aunque “su reino no habrá fin”. (Lc 1, 33), no pretende ser como los de este mundo; tiene otras ideas, otras categorías: “Ustedes saben que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no es así, sino que cualquiera de ustedes que desee llegar a ser grande será su servidor, y cualquiera de ustedes que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate de muchos”. (Mc 10, 42-45).

Jesús es reconocido como Rey y Señor porque ha servido a la humanidad como nadie, y porque su testimonio es una provocación a gastarse en misericordia, solidaridad y servicio hasta gastar y desgastar la vida. Qué bendición para la Iglesia y para el mundo si los cristianos fuéramos verdaderos testigos de este “Rey”, si miráramos a los demás con su misma mirada y estableciéramos las relaciones motivadas por la fe.

Fijémonos en que las lecturas presentan a Jesús como pastor y juez. La parábola evangélica lo sitúa juzgando a “todas las naciones”. Pero este juicio se reduce a una sola cuestión, una sola pregunta: el amor a los demás. Para Jesús la calidad de vida de una persona queda demostrada por el amor que haya puesto en sus relaciones con los hermanos. Al dictar sentencia, todos se sorprenden: “Señor cuándo hicimos tal cosa... o, ¿cuándo dejamos de hacerla? Jesús se identifica con todos los desafortunados de la tierra.

El que ama cumple la ley entera. Por tanto, lo que salva no son los deseos ni las palabras, sino las obras de amor y misericordia. Lo que Dios espera preferentemente de nosotros es una solidaridad entrañable como la que vivió Jesús.

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