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LECTURAS

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 19/01/2020

SAN FELIPE DE JESÚS

“El día de la muerte de Felipe,

una higuera marchita reverdeció.

En cierta ocasión su nana, harta de las travesuras de Felipe,

dijo "¡Ay Felipe! Esta higuera reverdecerá el día que tú seas santo".

Leyenda virreinal.

Tenía 25 años de edad el 5 de febrero de 1597 y aunque con sus compañeros fue beatificado el 14 de septiembre de 1627, en la Villa de Colima fue “elegido por Patrón y Abogado al Glorioso Santo Mártir San Felipe de Jesús para temblores y fuegos” desde el 27 de agosto de 1668, por cierto, mucho antes de ser canonizado el 8 de junio de 1862, para convertirse en el primer santo novohispano.

Era el año de 1572 en aquella ciudad capital del virreinato español de la Nueva España, cuando, como la mayoría de los criollos españoles, cobijado por la santa madre iglesia católica, apostólica y romana, vio su primera luz en esta tierra el hijo único del próspero empresario platero Alonso de las Casas y de su esposa Antonia Martines (sic), era Felipe de Jesús, un personaje que vivió una infancia desahogada y que aunque breve llevó una juventud disipada para, a la postre, ya fallecido, resultar electo, sí, electo mediante votación secreta del cabildo municipal como “santo patrono de la Villa de Colima”, y después primer beato originario de Nueva España, lo que siglos más tarde lo convirtió en uno de los primeros canonizados de lo que es hoy nuestro país, obra y gracia de sus méritos.

Se afirma que Felipe de Jesús a los 16 años de edad se separó de la familia para iniciar su noviciado en Puebla en el convento de Santa Bárbara, mismo que abandonó sin haber profesado para regresar a su hogar olvidando los hábitos, tratar de aprender el negocio y dedicarse a él, intento en el que tampoco se logró optando por alejarse de la familia en un tiempo en el que llegar a los 15 años, como se decía: sin oficio ni beneficio, no solo no era bien visto, sino que era reprobado por la sociedad y más por la clase a la que pertenecía el inquieto muchacho de linaje y alta alcurnia, como Felipe de Jesús de las Casas Martines.

Ante tal situación, el padre de Felipe optó por enviarlo a Manila en Filipinas, dominio español, donde encontró una vida que lo deslumbró y se involucró en ella, no obstante, dados los excesos reconsideró su actitud. Ante el ofrecimiento de ordenarse sacerdote en México, la capital novohispana, Felipe se embarcó con otros frailes, entre una veintena más que hacían la tripulación de aquella nave que en alta mar, víctima de una fuerte tormenta se desvió a costas de Japón, donde ya establecidos llevaban su ministerio otros cristianos, lo que en principio les fue permitido, pero que, coincidiendo con un decreto dado a la llegada de los infortunados derivó en una persecución del cacique local en contra de ellos. Felipe de Jesús, como náufrago recién llegado y al no estar enlistado en el padrón de presuntos culpables pudo haber evitado las consecuencias, no obstante, solidario, optó por la misma suerte de los indiciados.

Se dice que fueron subidos, encadenados y llevados en carretelas a procesión por varias ciudades desde Kioto para, a su paso por los diversos pueblos, ser vejados y vilipendiados a la vez que eran torturados y, en el tránsito, desorejados para escarmiento, hasta que luego del trayecto de treinta días yendo prisioneros y a la intemperie por escabrosos caminos y a veces gélidos como ardientes trayectos en Nagasaki y otros sitios más, tanto franciscanos como jesuitas y varios laicos japoneses junto con él, fueron crucificados colgando de argollas de acero por sus extremidades y el cuello. Viendo que a diferencia de los otros Felipe de Jesús toleraba el dolor y se resistía a la muerte, sus verdugos lo lancearon por los costados atravesándole el corazón.

Reverenciado en tres parroquias de la diócesis de Colima, a saber, la Catedral Basílica menor, el templo del Sagrario (“el Beaterio”) que lo reconoce como patrono, igual que el templo principal de Villa de Álvarez, dedicado también a su devoción, es, sin lugar a dudas, en ese sentido, el santo más favorecido por la comunidad católica regional, lo que además se evidencia con las fiestas que durante dos semanas involucran a las autoridades y gente de las dos cabeceras municipales más habitadas de la zona, Colima y Villa de Álvarez. Su veneración incluye una misa el 5 de febrero y la renovación anual del juramento, lo que desde hace décadas se realiza en el coso de la “petatera” para dar inicio formal a los festejos charro-taurinos llevados en su honor y que, habiendo tenido su origen en la entonces Villa de Colima, hace más de 350 años, paulatinamente han sido asimilados por los vecinos y autoridades de Villa de Álvarez.

*Cronista oficial del municipio de Villa de Alvarez.

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