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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 29/07/2011

EL CAUDILLO EN COLIMA

A la memoria de mi Amigo y Maestro Jorge Chávez Carrillo.

En una fecha como la de este sábado 30 de julio, pero de hace 200 años, en 1811 fue fusilado y luego decapitado el degradado Cura y defenestrado Caudillo del movimiento de Independencia Miguel Gregorio Antonio Ignacio, Hidalgo Costilla Gallaga Mandarte y Villa-Señor, mejor conocido como Miguel Hidalgo y Costilla. Un hombre cuya trascendencia se fue construyendo con el tiempo hasta convertirlo en personaje más emblemático del movimiento armado, por lo menos en dos momentos, el primero durante el segundo imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo, quien se encargó de darle imagen, presencia y contexto al Caudillo y luego con Porfirio Díaz, el que amplió la carta biográfica y adaptó el retrato hablado que del Héroe se conocía para heredárnoslo tal y como lo veneramos en la actualidad, como el Padre de la Patria.

Empero ¿Qué hay de él, del Héroe, en aquella Colima que entonces era solo una Villa? Según lo fundamenta Servando Ortoll en Historia General de Colima (Tomo III) Los vecinos de la Villa de Colima que vivieron durante las dos últimas décadas del siglo XVIII, en las que ocurrieron reformas administrativas de toda especie, se encontraron confundidos. Más, si se había acordado que la de Colima pasara a la jurisdicción neogallega y permanecía todavía en Michoacán. Para afianzar los lazos de su Iglesia en Colima, el obispo michoacano haya decidido enviar a la Villa a uno de sus cercanos: el bachiller Miguel Hidalgo. Algunos historiadores, ignorando seguramente las preferencias políticas del Obispo michoacano al seno de la Iglesia, interpretaron el alejamiento de Hidalgo de la ciudad de Valladolid como castigo. Lo que contradice el historiador Jean Meyer, quien afirma que “Durante mucho tiempo se creyó que su nombramiento como cura de Colima, en 1792, fue castigo. Se dijo que sus superiores le quitaron el puesto prestigioso de rector y lo “exiliaron” en una parroquia lejana para aplacar su espíritu.

Ser Rector de un seminario en aquella época no era la gran cosa; ser nombrado Cura de la parroquia de Colima, aunque fuera interino, era toda una promoción. Lo que se mide muy concretamente. En Valladolid, ni sumando todos sus sueldos -como Maestro, Administrador y Rector- pasó de ganar más de mil 200 pesos anuales. Como cura de la próspera Colima, ganaba 3 mil. ¿Castigo? ¿Destierro? El obispo manifestaba en esa forma su aprecio y agradecimiento a uno de sus mejores elementos. Si Hidalgo era uno de los “mejores elementos” ¿No lo pudo haber enviado a “inquirir” sobre el sentimiento de los colimenses respecto a su posible separación del obispado de Valladolid? No hay noticia de que sea el caso, pero es una posibilidad.

Sobre el carácter de la gente de la Villa de Colima -también lo refiere Ortoll-. Diego de Lazaga, empadronador español que visitó Colima y escribió sobre el partido en 1792, prestó particular atención al carácter y estilo de vida de los lugareños. Dos atributos que le parecieron particularmente dignos, y que pueden ser contradictorios, el letargo que regía la vida de muchos y la violencia que dominaba la de no pocos “En todo el Partido de Colima hay ganado, muchas fruta regional, y con corto afán logran las cosechas de maíz y frijol abundantes, en término de no conocer sus habitantes el hambre, por lo cual se apuran poco por mejor decir nada, en conservar de un día para otro y, a consecuencia, su fatiga es corta, pues fiados en la amenidad y en que con poco están vestidos, viven entregados a la desidia dirigiendo los precisos esfuerzos a su subsistencia.

*Noe Guerra Pimentel es Presidente de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, A.C.

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