AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 30/06/2011

MUJERES QUE NO TRABAJAN

Un día mi mujer decidió dejar de trabajar para tener más tiempo para los hijos. Así lo dijo: tajante. Yo acepté de buena gana porque en realidad la veía un poco exhausta. Pensé: si eso le traerá tranquilidad, entonces qué importa que reduzcamos el consumo de carne a una vez por semana. Mi mujer dejó de trabajar y le llamó a sus mejores amigas, todas trabajadoras y con hijos, para compartirles su felicidad. No tendré para comprarme coche nuevo, pero en cambio tendré tiempo para mí y mis hijos, les dijo. Todas sus amigas se alegraron.

No pasó una semana, cuando contesté el teléfono muy de mañana: siete y media o así. Era… Mejor no diré nombres. La amiga le dijo a mi mujer que su hija estaba enferma y que si no podía llevarla al médico a las dos de la tarde. Ella no podía por el trabajo y demás. Mi mujer le dijo que sí. Se fue ese día a llevar al médico a la hija de la amiga y al cinco para las tres me mandó un mensaje al trabajo diciéndome que fuera a recoger a mi hijo porque no alcanzaría a llegar. El doctor llevaba retraso. Me salí de mi oficina –tan a gusto que estaba escribiendo sobre mariposas o algo así- y fui por mi hijo. Como no alcanzó a hacer la comida, esa tarde comimos hamburguesas de Mac Donalds.

Pero esto sería apenas el principio. Menos de una semana después le llamó otra amiga con un percance similar. Y luego otra y otra, seguras de que mi mujer daba entrada a este tipo de solicitudes, pues “no tiene nada que hacer”. Lo mismo de siempre: yo tenía que recoger a mi hijo o hija a la escuela y pasar a Kentucky Fried Chicken a comprar dos tandas de pollo para comer.

Un día que estábamos viendo una película en la noche, me dijo mi mujer, invariable: mejor voy a volver a trabajar. ¿Cómo ves? Volteé y la vi con gran ternura, pero no le contesté nada. Ella, seguramente, como siempre, ya sabía mi respuesta.

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