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SIMPLEMENTE MUJER

CELINA NARANJO | Opinión | 15/06/2011

EN MEMORIA DE DON ARMANDO NARANJO

"En reconocimiento al gran valor, entereza y dignidad de mi padre"

Hola, amig@s:

En mi artículo anterior escribí sobre el dolor y cómo las personas tenemos que crecer ante él para vivir con tranquilidad y también cómo una enfermedad propia o de un ser amado nos devasta y muchas veces nos quita todas las fuerzas para dar la batalla y salir vencedor@s.

Definitivamente, esto se va aprendiendo con los golpes y las sorpresas que la vida nos depara; hoy les pido su comprensión para que me permitan compartir con ustedes un duro capítulo de mi vida, que me dejó una de las enseñanzas más grandes, con lo cual pude darme cuenta cuan equivocada estaba acerca de una persona. Una persona que le bastó un año y medio para regalarme la lección más grande de mi vida: Don Armando Naranjo Garibay, sastre de oficio y músico de corazón… mi padre.

Qué duro y qué difícil es darte cuenta que has juzgado mal a tu padre, pues no estabas de acuerdo con su actuar, porque sencillamente lo juzgaba sin tener derecho a hacerlo. Ahora entiendo su proceder, nunca me tomé el tiempo para tratar de encontrar qué era lo que hacía que mi padre no actuara de acuerdo a lo que yo creía estaba bien o que necesitábamos como familia.

Como era costumbre, cada domingo nos juntábamos a comer toda la familia en la casa de mis papás: su servidora y mis dos hermanos, los tres con nuestras respectivas parejas e hijos. Uno de esos días, cuando abracé a mi padre por la espalda, pasando mis manos sobre su cuello, inmediatamente me percaté que tenía una pequeña bolita, al instante él trató de retirarse porque evidentemente ya sabía de la existencia de ella y no quería que me diera cuenta, pero demasiado tarde yo lo había notado. . .

Le pregunté: ¿Qué es papá? y como era su costumbre (evitar a toda costa preocuparnos) me contesto “nada hija, no es nada”. . . dejé pasar un rato y le pedí a mi esposo -que es médico- lo checara, por favor.

Cuando Eduardo volteó a verme al estarlo revisando, noté en su mirada que algo estaba mal e inmediatamente le comentó: “Suegro, necesito que lo revise mañana el oncólogo”; él aceptó y a partir del día siguiente mis hermanos y yo nos dimos a la tarea de llevarlo y empezar a recibir malas noticias, pues era un cáncer de boca en un estadio avanzado.

Dios, yo sentía que el piso se hundía cuando después de cada estudio las noticias eran cada vez una más desalentadora que la anterior, pero Don Armando siempre firme, de una sola pieza, con una entereza que en momentos me hacía dudar si estaba entendiendo la gravedad del problema.

A tal grado que le dije: “Padre, tienes alguna duda de lo que los médicos nos dijeron, lo que ofrecen y los resultados que podremos tener (desafortunados todos), él me contestó como era su costumbre llamarme: ¨Hija mía, entendí perfectamente y lo único que te quiero pedir por favor es que no vayas a dejar que me hagan nada, sólo los lavados en la lesión que dijeron que se me va a hacer en mi cara”. Ya que el cáncer de piso de lengua va tomando la cavidad, pero posteriormente sale y sigue con los tejidos de la cara.

Me partía el alma saber que irónicamente iba a perder su más grande tesoro: la hermosa voz que le permitió ser por más de medio siglo, el reconocido y aclamado cantante en la orquesta familiar que fundó mi abuelo Carlos Naranjo Villalobos, así como sus mayores placeres: cantar, platicar, comer y beber, pensando que esto iba a contribuir para que se nos diera por vencido.

CONTINUA...

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