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PARACÍDAS

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 20/09/2018

ENFERMEDADES MENTALES, UN SERIO PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA

Roberto Vargas Ortega, coordinador académico de una escuela de belleza, está hospitalizado en Guadalajara. Recibió un golpe en un ojo con un objeto metálico y los médicos luchan por salvarle el ojo. El golpe se lo propinó sorpresivamente, y sin ninguna razón (se le atacó por la espalda), un joven pordiosero con visibles trastornos mentales, tal vez derivados de su adicción a las drogas, jóvenes que, por lo demás, empiezan a abundar ya por las calles de nuestra ciudad. A este joven pordiosero yo mismo lo conozco, anda sucio, en andrajos, habla solo, y camina por las calles con apariencia inofensiva, pero bien sabemos que nadie que tenga un padecimiento mental sin tratarse puede ser inofensivo. Lo llegué a ver en repetidas ocasiones en la Piedra Lisa, o en el centro de la ciudad, los pies sucios y descalzo, sin ninguna autoridad que reparara en el peligro que constituye un ciudadano así. Esta vez la cuota de esta indiferencia por parte de las autoridades ha sido muy alta: un joven, sin deberla ni temerla, puede perder su ojo. En el medio médico, y en especial en el gremio de quienes se encargan de este ámbito de la salud pública, se debería abrir ya de forma urgente un debate sobre este problema que empieza a afectar no sólo al individuo mismo y a sus familiares sino también a la sociedad en general, en especial cuando encontramos casos como el de Vargas Ortega, donde se pone en riesgo la propia vida. Imaginemos que este joven pordiosero no atina en el ojo pero sí en una región vital de la cabeza, y entonces le quita la vida, ¿qué haríamos? Es verdad que nos hemos ido haciendo impermeables a la tragedia (muertos por montones algo deben endurecernos el cuero), pero yo ni siquiera quiero imaginar que a mi mujer o a mi pequeña hija (con las que suelo ir al centro de la ciudad cotidianamente) una persona así pueda infringirles un daño de ningún tipo, pues como ciudadano que paga impuestos al gobierno tengo el derecho de exigir que éste cuide la integridad mía y de mi familia, en lugar de que utilicen los dineros para otro tipo de causas, muchas de ellas de interés personal. Quien salga a la calle y se detenga un poco a observar a su alrededor se dará cuenta de que se ha incrementado exponencialmente la presencia no sólo de personas en estado de calle sino también de jóvenes con problemas de salud mental, sucios y visiblemente desorbitados, sin que exista un protocolo palpable de atención de esta problemática: ¿se espera que a alguien más le suceda lo que al joven Vargas Ortega? ¿se espera que los encontremos muertos así nada más en la calle, sin que nadie se dé cuenta? Escribo esto porque no quisiera que lo sucedido a Vargas Ortega adquiera la dimensión de un caso aislado, quiero, en cambio, visibilizar lo más posible un asunto que es delicado y requiere la intervención inmediata de todos los niveles de gobierno, por lo menos del estatal y del municipal. Entendámoslo: no es un problema de calles llenas de baches, o de recolección de basura, o de corrupción financiera, etcétera. Son vidas humanas.

Rogelio Guedea

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