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'Llegar a Estados Unidos me volverá la vida', dice venezolano atorado en Colima

Administrador Colimapm | Colima | 10/09/2018

LT Informa

*"Pensarán mis hijos que estoy muerto", dice Ricardo, tras perder contacto con ellos

Lo conocí en el jardín Libertad, del corazón de Colima, allí, el señor Ricardo Escoto de 51 años de edad, se hallaba cabizbajo, sentado sobre una banca, bajo una escasa sombra de los árboles.

Mientras yo pasaba, el hombre me habló diciéndome -"Pana ¿me ayudas para comer?". Fue entonces que voltee hacia él, sosteniendo en mi mano un vaso con agua de chía que recién había comprado. Mi reacción inmediata fue de sorpresa al escuchar sus palabras y el acento distinto al colimote, al regional y al de nuestro país.

La curiosidad me hizo volver mis pasos y cuestionarle "y luego amigo ¿anda solo?". El señor, de abundante barba cana, se sorprendió más por mi pregunta y de inmediato me dijo: "No soy de aquí, soy de Venezuela, chamo".  Me acerqué para sentarme cerca de él. Así fue que al estrechar su mano y entablar una charla, me dijo que no había tomado el desayuno -y era ya hora de la comida-.

En medio de esa hambre, el señor Ricardo también me dijo que tenía sed mientras veía mi vaso, se lo ofrecí diciéndole "¿Gusta?, nada más que me va a conocer mis secretos" -le dije bromeando pero no me entendió-. Solo recibí como respuesta un "¿ya no la vas a querer?". Le dije que ya no me la  tomaría (apenas le había dado dos tragos) y se la entregué en sus arrugadas manos.

Enflaquecido con la ropa un poco grande, me platicó su vida en Caracas, la crisis social, de seguridad, económica y alimentaria que padeció en los últimos meses junto con su entonces familia.

En octubre, Ricardo quedó viudo tras el cáncer que padecía su mujer, ya no pudo atenderse debidamente por los elevados costos y carencia de medicamentos. Su casa, que estaba a nombre de su esposa fallecida, fue reclamada por el retraso en los pagos en la hipoteca y finalmente la perdió. Su hijo mayor que vive en Estados Unidos poco pudo ayudar, ya que Ricardo tenía que viajar a Colombia para cobrar los envíos de dinero que por un tiempo les ayudaron a sobrevivir a él, a su hija de 21 años y al menor de 18 años de edad.

"Todo se acabó", dijo Ricardo, las últimas pertenencias las mal barató para completar el pago de los vuelos de sus hijos para que se fueran con su hermano mayor a Arizona EEUU. Y así fue, abandonaron los estudios y volaron desde Colombia, enviados por el padre con la promesa de que él se iría a la siguiente semana, situación imposible, pues Ricardo ya no tenía el dinero suficiente.

Su empleo como gerente de un cine, se terminó ante los recortes. Y decidió no vivir más ese tormento con los alimentos cada vez más caros y salió de su país como lo hicieron sus familiares y otros miles.

En el camino de salida, vendió sus objetos personales, su teléfono, zapatos, lo que pudiera representarle dinero para abandonar aquel "infierno" tal como él lo califica. Por lo anterior, perdió contacto con sus hijos, pero un papel con un domicilio en Arizona es su guía.

"Han sido días difíciles panita, no sé de mis hijos, ni ellos de mí, pensarán que estoy muerto", pues resulta que perdió su libretita de números telefónicos, "se habrá ido en uno de los zapatos", expresó con una mueca que indicaba el inicio de su llanto, mismo que contuvo con respiración acelerada.

Me contó su salida de Venezuela, su paso por Centroamérica donde unos amigos guatemaltecos le llevaron a cruzar la frontera con México en una balsa. La escasez en sus finanzas sólo le dejaron esa opción, viajar por tierra, con una mochila blanca de algodón al hombro.

Al entrar en nuestro país, Ricardo se unió a un grupo de indocumentados salvadoreños y hondureños que tomarían el tren "La Bestia". "Nos introducimos a México por bastantes horas, y en Jalisco nos bajaron sin darnos chance, unos se los llevaron a la cárcel, los demás corrimos".

Fue un tráiler que pasaba (al parecer por San Juan de los Lagos) el que levantó a Ricardo y condujo al estado de Colima para dejar un contenedor en el puerto de Manzanillo. El trailero le recomendó a Ricardo que para llegar a la frontera con Estados Unidos era más fácil por este lado.

Sin conocer México, Ricardo llegó hasta Manzanillo donde fue voceador de periódico durante unos días, ganó lo necesario para comer, durmiendo en la calle, y en la primera oportunidad, salió de allí para venir a Colima capital. Donde  le dijeron hay un vuelo y autobuses que lo llevan a la frontera norte.

Así lo encontré en la banca del jardín Libertad, un hombre con la barba crecida tras casi dos meses de travesía hacia encontrar a sus hijos en Arizona.

Es Ricardo poco familiarizado con las redes sociales, le dije de ellas y me confesó que nunca le gustaron, pero hoy pueden ser la solución para alcance su destino. Fue entonces me pidió ayuda.

Le expuse que podía también contactarlo con la embajada de su país, sin embargo confesó que teme lo regresen a Venezuela por haberse ido abandonando todo, con ello afirmó que hay mucha represión, por lo que prefiere no acercarse.

"Espero que Emanuel, Carlos y Rubí estén con bien, y espero llegar con ellos, estoy acercándome", dijo el señor Ricardo al momento de darle el último sorbo al vaso con un litro de agua de chía y limón, de la cual dijo "¡chévere!

Ojalá que esta publicación pueda llegar hasta sus hijos. Mientras, el hombre cansado, con problemas de columna vertebral, se acerca a las esquinas de las calles de Colima para recoger cartón y demás desechos sólidos que pueda vender para mantener al menos sus comidas.

Habrá de recorrer más de 5 mil kilómetros para recuperar a su familia y la vida que le fue arrebatada en su natal Venezuela.

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