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SPLASH

Administrador Colimapm | Opinión | 20/08/2018

POR: Armando Polanco

SE ENTRABA al lugar por una puerta pequeña custodiada por un grandulón que revisaba bolsas y basculeaba a todos por igual.

La avenida Tecnológico era un arroyo de carros a toda velocidad, mientras muchos en la ciudad se movían para llegar a casa, aquí se ingresaba a liberar la espontaneidad. A ser.

El fuerte tum, tum, tum de la música disco disponía los sentidos a un universo de luces, a una densa nube de humo de tabaco y efectos muticolores que bañaba todos los rostros a su paso, descubriéndose los timoratos, los alegres, las de miradas insistentes o esas que escaneaban de arriba abajo.

Encontrar una mesa con sillas era parte de la pasarela de llegada. Una vez instalados, el brindis era pretexto para observar parejas abrazadas, manos entrelazadas, grupos en amena charla con vaso en mano, unos más arrinconados fumando con el rostro altivo y otros apareciendo por la diminuta puerta.

La música era una ola que arrastraba cantidades a la pista, se bailaba con desparpajo, las manos conectadas al ritmo, en las cinturas el mar se movía, los rostros desprendían estrellas vibrantes y de los labios cantaban sueños. 

También otro mundo observaba jubiloso aquel espectáculo tomando y fumando.

El tiempo ahí no existió, se fundía con la cerveza en las jarras de a litro, en los rostros maquillados, sobre las pelucas de colores chillantes, en los tacones altos, en las nalgas redondas, en las camisas pegadas al tórax, en las gorras, los sombreros, las botas o los huaraches de piso, también en los tenis Nike, el sudor, el rímel o el bigote, el látex.

Un ángel estampado sobre una espalda entró a la escena y se perdió entre la multitud, la música no paró y las muchachas y los muchachos reían, se abrazaban, gritaban y se divertían.

El humo de cigarro hacía aquello irrespirable, provocando lagrimeos incómodos.

La barra tenía una plaga de bebedores compulsivos, era una hazaña pedir una bebida sin la consabida mirada de reconocimiento, el tallón casual o el pretexto de solicitar lumbre o un cigarro para iniciar una interesada conversación.

Los chichifos estaban por doquier, al acecho en los baños, en la entrada principal, ligando sin disimulo, otros bailando el chúntaro style y unos más fichando.

La ciudad dormía y acá el mundo giraba con diversos ritmos. El reloj marcaba las cinco de la madrugada y era hora del show: Thalía, Mónica Naranjo, Lucha Villa, Pimpinela, Dulce, Marisela arrancaban aullidos y cantos en masa.

Los ánimos alcanzaban a todos por igual. A esa hora se estrenaban nuevos sentimientos y volaba la imaginación a mundos color de rosa.

A través de la ventana se miraba el amanecer, había pocos carros en la avenida.

Ya casi para cerrar, se hacía un largo desfile por las escaleras sosteniéndose en la pared, otros haciendo planes para continuar la fiesta no sin antes surtir cerveza con el Ronco y de ahí a la playa, a la brecha, a las parotas, al rancho de fulano o al depa de tal.

Una muchacha pasó por en medio del grupo de trasnochados y levantó chiflidos, hizo la invitación general a seguir la fiesta en su casa. Se chocaron los vasos con cerveza y se aspiraron los cigarros con más efusividad.

Las luces blancas se encendían mientras la música cambiaba a más tranquila. En la esquina la torreta de una patrulla bañaba a todos los que iban saliendo de aquella puerta.

La noche había sido maravillosa, llena de alegrías y escapes a una libertad única, inigualable.

En Colima la vida es alegría, es fiesta, es amistad, es amor, es placer.

En Colima la vida tiene muchos colores, también muchas formas de entrar al infierno sin dejar el cielo.

Aunque ya era de mañana, esta realidad iba apagándose.

Quedaba atrás la vivida en la disco Splash, antro gay en Colima en aquel 1993.

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